En "Praga" (2003), nos presenta una visión de la capital checa que trasciende la mera representación topográfica, situándose firmemente en la tradición de la fotografía pictorialista y la estética del romanticismo del siglo XIX. Esta imagen de la ciudad sobre el río Moldava evoca una atmósfera de nostalgia y ensoñación, alejándose de la nitidez documental para adentrarse en el reino de la emoción y la memoria. El pictorialismo, movimiento que floreció entre 1885 y 1915, buscaba elevar la fotografía al estatus de las bellas artes, enfatizando la manipulación de la imagen para crear efectos más cercanos a la pintura que a la representación fotográfica tradicional. En "Praga". La tonalidad sepia uniforme, reminiscente de las primeras fotografías, y el enfoque suave que difumina los detalles, crean una imagen que parece más un grabado o una acuarela que una fotografía moderna. Este tratamiento aleja la obra de la claridad mecánica, invitando al espectador a una experiencia más subjetiva y emocional. La composición también refleja influencias pictorialistas. En lugar de buscar una nitidez total, el primer plano muestra la barandilla de un puente desenfocada, creando un marco borroso que guía nuestra mirada hacia la ciudad distante. Más allá del pictorialismo, "Praga" resuena profundamente con la sensibilidad romántica del siglo XIX. Los románticos, en reacción a la industrialización y la razón de la Ilustración, buscaban lo sublime en la naturaleza y el pasado, a menudo retratando paisajes y ruinas históricas en una luz melancólica y evocadora. Praga se eleva como un espejismo del pasado. Las agujas góticas y las cúpulas barrocas, símbolos de su rica historia, se reflejan tenuemente en el río, creando una imagen casi especular que difumina la línea entre lo real y lo recordado. Este efecto, junto con la paleta cálida y apagada, evoca los cuadros románticos de ciudades venecianas de Turner, donde la arquitectura antigua se funde con el agua en una sinfonía de luz y niebla.
La elección de Praga como sujeto no es casual. Ciudad impregnada de leyendas y con una historia que abarca un milenio, Praga ha sido durante mucho tiempo un imán para los artistas que buscan capturar el espíritu del pasado. Durante el siglo XIX, fue un epicentro del romanticismo nacional checo, con artistas como Josef Mánes y escritores como Karel Hynek Mácha que la retrataron como un símbolo de identidad y anhelo histórico.En el siglo XX, fotógrafos como Josef Sudek continuaron esta tradición, capturando la ciudad en imágenes cargadas de misterio y nostalgia. Occhetto se inserta hábilmente en este linaje. Su "Praga" no es tanto un retrato de la ciudad actual como una evocación de su aura atemporal, un lugar donde el pasado no está muerto sino que coexiste nebuloso con el presente.Al emular técnicas pictorialistas y evocar la sensibilidad romántica, Occhetto no solo rinde homenaje a movimientos artísticos pasados, sino que también se alinea con una larga tradición de artistas que han visto en Praga un portal hacia la memoria colectiva. En una era dominada por imágenes de alta definición y claridad digital, "Praga" de Occhetto se erige como un recordatorio conmovedor de que la verdad fotográfica no siempre reside en los detalles nítidos.